Trabajo de investigación sobre las tradiciones culturales de la hermana República de Bolivia

Autores

En el marco de las propuestas del «Movimiento Pedagógico Latinoamericano» impulsadas desde SUTEBA Y CTERA un grupo de docentes, junto a integrantes de la CTA Regional Cañuelas-Lobos que trabajan en acciones sociales, viene investigando el tema de las tradiciones culturales de la hermana República de Bolivia. Todo comenzó cuando el Prof. Francisco Medina fue llevando a cabo su Plan Anual de la materia Historia Americana IV del 4° año del Profesorado de Historia en el I.S.F.D.yT. n° 43 de Lobos. Desde esa cátedra y desde ese espacio curricular se le asignó una gran importancia al legado cultural de nuestros pueblos originarios que sigue vivo en las tradiciones, en la idiosincracia y hasta en la vida cotidiana de toda la región. Luego la idea se consolidó más aun cuando Francisco Medina y Guillermo Penayo fueron invitados por Enrique “Quique” Antequera para participar de la fiesta de la Virgen de Urkupiña, que se desarrolló el sábado 15 de agosto del corriente año en el Complejo Urkupiña del Partido de Lomas de Zamora.
“Para ambos se trató de una fiesta reveladora ya que pudimos ser testigos, en vivo y en directo, del orgullo y la alegría con que el pueblo boliviano vive una celebración tradicional de esas características. Los propios hermanos bolivianos, a quienes podríamos llamar paisas, evitando ciertos epítetos estigmatizantes que se difundieron entre nosotros durante la década del 90, nos explicaron sobre el significado de algunas de sus fiestas tradicionales. Recuerdo que en aquella oportunidad Guillermo (por Guillermo Penayo) le preguntó a una hermana boliviana cuál era la patrona religiosa de su pueblo y ahí supimos que, mientras la Patrona de toda Bolivia es la Virgen de Copacabana, la Virgen de Urkupiña es la Patrona de Cochabamba. De todos modos pudimos averiguar luego que la Virgen de Urkupiña, sí es la Patrona de la integración nacional, lo cual es muy importante para un Estado multiétnico y multicultural como el Estado boliviano. Por otra parte la palabra urkupiña es un vocablo quechua que significa ya está en el cerro (urqu=cerro, piña=ya está) y nos remite al supuesto milagro en el que una niña, que decía tener frecuentes contactos, con una madre con su bebé en brazos, que nadie conocía en el lugar, señala su aparición en el cerro ante decenas de pobladores que asombrados observaban la escena. El poblado de la comarca de Cota (hacia el sudoeste de Quillacollo) donde sucedieron esos acontecimientos lo interpretó como la aparición milagrosa de la Virgen María, que pasó a la historia como Virgen de Urkupiña, la cual es muy venerada por todo el pueblo boliviano». Todo esto, nos lo comentó Francisco Medina, ciertamente entusiasmado, por la investigación que coordina.

Luego agregó: «Con respecto a la festividad del 15 de agosto fue todo muy colorido, con claras reminiscencias carnavalescas, y por lo tanto paganas, combinadas con rituales indígenas y fiestas polpulares de la cristiandad. Además la gracia y elegancia de los movimientos de hombres y mujeres de cada una de las agrupaciones tienen una belleza y una singularidad que hace que todo sea muy agradable a los ojos del espactador. Muchas veces me pregunto si sabremos decodificar en sus justos términos el mensaje profundo que expresan esas almas a través de la cadencia de esas danzas tan refinadas y de esos gráciles movimientos».

Más adelante acotó: «cuanto más conozco a los pueblos latinoamericanos más le doy la razón al notable filósofo Enrique Dussel para quién situar correctamente nuestra realidad en el contexto histórico del que venimos nos ofrece un presente con otros horizontes.
Así sabremos revalorizar culturas de hoy que son herederas de las grandes culturas del ayer. En el caso de Bolivia lo antedicho se cumple con creces ya que allí se encuentran aún vivas dos de las más importantes culturas del incario: la de los quechuas y la de los aymaras y esto para mi como Profesor de Historia y como militante social es un hallazgo de un valor incalculable”

Y para finalizar dijo: «Y ahora siento la enorme satisfacción de ver el interés que el tema ha despertado, en Lobos y en la región, entre algunos docentes, entre estudiantes terciarios del Profesorado de Historia, entre militantes de la CTA Regional Cañuelas-Lobos, interés al que se ha sumado la Antropóloga de la U.B.A. y de la U.N.G.S. Jimena Ponce de León, con quien tengo el honor de dictar seminarios de capacitación en SUTEBA».

A continuación ampliaremos sobre las tradiciones culturales de Bolivia sobre la base de un texto que trata particularmente sobre la etnia aymara:

IDENTIDAD AYMARA EN SAN JOSÉ DE KALA, BOLIVIA Porfidio Tintaya Condori

Conclusiones del autor:

La identidad es un aspecto importante que interviene en las relaciones interculturales y proyecciones de los pueblos, una dimensión simbólica que expresa y actúa como mediador en las esferas polí- ticas, sociales y culturales de una sociedad. Esta afirmación de sí, vivida y construida entre los kaleños, es lo que se ha presentado en este trabajo: el recorrido en la constitución de la identidad aymara y el proceso de revalorización de la identidad de San José de Kala. La forma en que los aymaras en general y los kaleños en particular han desarrollado su identidad, permite realizar las siguientes conclusiones. La revalorización de los elementos culturales, la articulación de los símbolos de San José de Kala en el monumento a Pedro Chura y en el escudo es una construcción que no alude a la identidad indígena, ni expresa la marca de la opresión de la condición indígena. Estos símbolos revalorizados y reconstruidos muestran las particularidades culturales propias del pueblo de San José de Kala. La articulación de los elementos históricos y modernos manifiesta la forma cultural de ser de este pueblo. La identidad kaleña no es una identidad indígena (étnica), sino una identidad aymara, la afirmación de ser y tener una cultura / nación. La identidad kaleña es la imagen de un pueblo conformado por dos dimensiones: por un lado, está compuesto por una dimensión histórica, construida a través de la revalorización de los elementos culturales tradicionales y originarios y, por el otro, por una dimensión proyectiva, configurada por la visualización de lo que se desea ser y/o tener en el pueblo en el futuro, por los sueños de ver y hacer de San José de Kala un pueblo grande. La construcción de los símbolos de la identidad de San José de Kala desde 1992, así como la información historiográfica sobre el desarrollo de la autoidentificación aymara, permiten afirmar que la identidad aymara es de reciente formación. Hasta antes de la década de los 70, lo aymara era una condición lingüística, un rasgo cultural de aquellos que se afirmaban como campesinos e indígenas. Pero la construcción de un imaginario cultural propio definida en torno a la lengua común de los ayllus y markas que habitaban y viven en la región andina de América del Sur, ha hecho que la lengua aymara se proyecte y establezca como un nombre que caracteriza la forma de ser de un pueblo, su historia y sus proyecciones. La identidad aymara constituye una identidad cultural, es decir, un imaginario que parte de la revalorización de los elementos y valores culturales que caracterizan a los ayllus y markas de habla aymara. Es una identidad que surge de la valoración de la historia y de los proyectos propios, muy distinta de la identidad indígena o campesina impuestas como identidades asignadas bajo criterios propios de la cultura occidental. A diferencia de la identidad indígena y campesina, que lleva la marca de la opresión, la identidad aymara es una imagen de sí compuesta sobre rasgos culturales propios reconstruidos en emblemas que expresan la particularidad de un pueblo. La identidad indígena enarbolada como bandera por los movimientos étnicos y sociales es una autoidentificación que intenta revertir la imagen negativa con que se ha moldeado la subjetividad y el comportamiento de los aborígenes, mostrar que los indios no son animales sin entendimiento para ser oprimidos, sino hombres y mujeres (jaqi) que tienen una cultura propia, una historia y una lengua que los caracterizan. En cambio, la identidad aymara es una afirmación que nace de la valoración de las potencialidades y posibilidades de la propia cultura. Aunque esta identidad no deja de aludir a la condición de pueblo oprimido, pretende ser una expresión de lo propio, una imagen que resulta de un proceso de elaboración propia y una autoidentificación convencida de ser un pueblo o nación. La identidad aymara es un imaginario conformado por dos dimensiones: por un lado, una dimensión histórica donde se hace una afirmación sobre los elementos culturales tradicionales y originarios que se conservan y, por el otro, por una dimensión proyectiva, por la afirmación de sí en y a través de los proyectos de desarrollo y realización cultural. En consecuencia, la identidad aymara implica una afirmación definida en torno a la historia pasada y a la proyección de lo posible.

Fuente:  www.tierradevientos.blogspot.com.ar

 

El aimara, a veces escrito aymara,1 es la principal lengua perteneciente a la familia lingüística del mismo nombre. Este idioma es hablado en diversas variantes, por el pueblo aimara en Bolivia (donde es una de las lenguas amerindias mayoritarias),2 en el Perú, Chile y Argentina. El idioma es cooficial en Bolivia3 y en el Perú4 junto con el castellano.5 Constituye la primera lengua de un tercio de la población de Bolivia y es el principal idioma amerindiodel sur peruano y el norte chileno.6 La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) considera que este idioma se encuentra en situación «vulnerable» de cara a su supervivencia futura.

Definición extraída de http://www.es.wikipedia.org

 

 

Conclusiones del Prof.  Francisco Medina

Coincido con el Dr.  Porfidio Tintaya Condori en que la revalorización de la cultura aymara no implica sólo una revalorización histórica, sino más bien la necesidad de ser una cultura/nación, hoy. Pero eso no significa que podamos soslayar la historia en el marco de esa reivindicación. Así por ejemplo cuando el autor opina que: » La revalorización de los elementos culturales, la articulación de los símbolos de San José de Kala en el monumento a Pedro Chura y en el escudo es una construcción que no alude a la identidad indígena, ni expresa la marca de la opresión de la condición indígena» me permito discrepar con él y lo hago con la salvedad de que suscribiría sus palabras si sus afirmaciones estuvieran matizadas, por ejemplo del siguiente modo: si en lugar de «no alude a la identidad indígena» dijera «no alude solamente a la identidad indígena» y si en lugar de «ni expresa la marca de la opresión indígena» dijera «ni expresa solo la marca de la opresión indígena», haría mías tales expresiones. Se me dirá que se trata apenas de dos palabras, de dos matices. Es cierto, pero no menos cierto es que esas dos palabras cambian completamente el significado. Es imprescindible situar correctamente nuestra realidad en el contexto histórico que le diera origen. Esa es la única manera que puede garantizarnos otro horizonte para proyectarnos hacia un futuro mejor. En lo personal, como argentino que soy, si descontextualizo a los aymaras de su rico pasado como una de las más importantes culturas del incario. Y si desconozco además que ellos formaban parte del Tawantinsuyu, territorio que abarcaba parte del Perú, Norte de Chile, gran parte de Bolivia y las regiones del N.O. y Cuyo de nuestro actual territorio, puedo incurrir en el craso error de verlos como un pueblo extranjero y no como los hermanos, que merced al conocimiento histórico, se que son. Es cierto que más adelante en sus conclusiones el autor habla de la dimensión histórica «construida a través de la revalorización de los elementos culturales tradicionales y originarios» pero las anteriores afirmaciones que fueron objeto de mi observación entran en colisión con esta última pues no puede haber revalorización sin esa identidad indígena que mál que nos pese lleva con marcas a fuego el estigma histórico de la opresión. La necesidad de conocer ese insumo histórico de enorme importancia radica en el hecho de que para poder proyectarse hacia un futuro promisorio ese pueblo como todos los pueblos históricamente oprimidos deberá emanciparse de esa dominación. Cuestión esta última nada menor, que con el proceso político liderado por Evo Morales, parecería encaminarse al fin hacia una vía de solución.

Aún así creo que el  aporte más importante de la investigación del Dr.  Porfidio Tintaya es su mirada sobre el papel de la lengua aymara que es una suerte de cuerda tendida entre ese pasado esplendoroso anterior a la conquista y ese futuro luminoso al que nuestra hermana República de Bolivia parece encaminarse. Coincido en que al construirse los aymaras un imaginario propio ( imaginario que sólo pudo concebirse a partir de la particular experiencia histórica de ese pueblo)  la lengua aymara  se convierte en un nombre que condensa y a la vez caracteriza la forma de ser de un pueblo. Así enfocado el problema la dimensión proyectiva de esta autoidentificación del pueblo aymara parece no tener obstáculos. Y no creo que pueda haber diferencia alguna con las identidades indígena y campesina promovidas por los movimientos sociales y étnicos que son actores centrales en este proceso de autoidentificación, diferencia que claramente establece el autor en sus conclusiones. Es cierto que el autor se refiere a un caso particular como el de la construcción de la identidad aymara por parte de un pueblo como el de San José de Kala, pero voy  a emitir dos juicios al respecto que en mi opinión no son para nada menores: 1) esa autoidentificación, tal como la presenta Tintaya Condori, excluye la construcción de identidad proveniente de cualquier movimiento social y étnico o de cualquier grupo de masa crítica de ese pueblo que pudieran manifestarse en otro sentido. y 2) si se trata de un caso particular no deberían tener cabida todas aquellas afirmaciones que de manera explícita o de un modo tácito sugieren la idea de una generalización de la tesis a todo el pueblo aymara, que tomando en cuenta la experiencia política de los ultimos años parece direccionarse en un sentido diferente al señalado por el autor. No tanto en su dimensión proyectiva que es tan promisoria como la del autor sino en su dimensión histórica: la de asumirse como indígenas o como campesinos que han decidido sacudirse el yugo de la opresión, que llevaba más de 500 años, para encaminarse hacia un futuro de grandeza.

 

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