Bestiario y la vieja «Farmacia Del Parque». Tercera parte, por Homero Francisco Medina.

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Sin volver a mirar la foto raudamente me dirijo al estante en el que se encuentran mis libros predilectos y, con inusitada rapidez, quito de él los dos mas preciados: la “Eneida”, del poeta romano Virgilio, y el “El Joaquín”, de Caro Medina, apago la luz, cierro la puerta y confundido, aturdido y apabullado vuelvo hacia la casa para asegurarme de que las cosas estén en orden. Entro, cierro con llave la puerta del patio, dejo los libros en la mesa del comedor y me dirijo a los cuartos. Todos dormían y todo estaba tan tranquilo y pacífico que, aún en medio de la conmoción, preferí actuar como si nada hubiera sucedido. Sentía la necesidad de proteger a mi familia. Nunca me siento con tanto coraje como a la hora de defender a mi familia. Ahí me transformo en un león enjaulado. Ahí siento que el plasma que circula en mis venas entra en ebullición mientras transpLeopardo_800orta esos ígneos glóbulos rojos y que en ese fluido prevalece mi sangre materna. Fluye una fusión de magmas de orígenes diversos: sangre vasca, sangre gala, y sangre gaucha, que es a su vez entre española y amerindia. No importa que por la vía materna no haya sangre indígena, creo que mis antepasados, todos ellos inmigrantes, la tomaron del “espíritu de la tierra”  (al que alude Scalabrini en “El hombre que está solo y espera”) ya que siempre trabajaron en el campo. Mi abuelo materno Pancho Pascual (no el de la foto que es el paterno) es también para mi un emblema y se que arriba de su caballo era un Vercingétorix, un Panghitruz- Guor, un Juan Moreira. Y así mis tíos y mis primos del campo. Los quiero entrañablemente aún a la distancia. Pocos jinetes hay como ellos, pocos saben tanto de las destrezas criollas y del cuidado de ese animal, que también está entre los mejores amigos del hombre. De esa sangre soy, y ella se expande en mi alma como la lava de un volcán cuando me encuentro en situaciones límite. Estos pensamientos me daban gran temple, me tornaban sereno aún en medio de la tormenta. Así, estoicamente, me dispuse a soportar todo aquello cuanto pudiera suceder en esa indeseable noche. Fui a recostarme. Mi compañera dormía plácidamente, aún con el televisor prendido. En el canal Encuentro pasaban un hermoso documental de felinos. Siempre me fascinaron esos animales. Se que son potenciales asesinos. Muchas veces sueño con ellos. Me gustan los tigres, los leopardos, las panteras y por último los leones. Bastante menos los antiestéticos guepardos. Solo me gusta verlos correr. Cuando sueño con felinos sucede que a veces los domino, otras me matan y en raras ocasiones somos buenos amigos. Sospecho que yo los quiero mas a ellos que ellos a mí. Creo que me dormí viendo ese documental. La imagen de algún león debe haberme inducido a un nuevo sueño. Qué digo nuevo, a un viejo sueño. Qué digo sueño, a una pesadilla. La misma pesadilla de siempre que sufro desde mi infancia. Cuando tenía que dirigirme de la pieza, que en soledad era la pieza de mis sueños, hacia el resto de mi casa, pasando por el cuarto de mis padres, a oscuras, sabía que me acechaba un hambriento león en ese rincón que estaba detrás de la cómoda. Pasaba corriendo a gran velocidad hasta llegar a la cocina donde casi siempre estaba mi abuela Blanca. Y si no, la buscaba por el resto de la casa y junto a ella estaba a salvo. León corriendoSiempre volvía ese león en las pesadillas. Pero había una gran diferencia. En el sueño no tenía fuerzas para correr, mi carrera era muy lenta o nunca encontraba a mi abuela. Cuando el león estaba a punto de devorarme me despertaba bruscamente. Y así me desperté una vez más, justo antes del zarpazo del león. Otra vez la misma pesadilla. Otra vez ese agitado retorno a la vigilia. Con el corazón aún acelerado pude ver que el documental ya había terminado. Miré la hora en el celular. Eran las tres y cuarto. Tenía que tranquilizarme, todo había sido apenas un mal sueño de dos capítulos. Uno raro, desconocido. El otro venía desde la remota niñez. Luego de unos instantes, recuperé la calma y el buen temple. Soy muy tenaz en el autoconvencimiento de que nada grave pasa cuando estoy en situaciones difíciles. Había vuelto al sosiego cuando comenzó la memorable entrevista que el notable periodista español Joaquín Soler Serrano le realizara al querido y admirado Julio Cortazar y que solo puede verse en blanco y negro porque es del año 1.977. La he visto muchas veces y no me aburre en lo mas mínimo volver a verla. Estaba tan sereno y relajado que me dio sueño, pero aún así me esforzaba mucho para poder seguirla con la misma atención de siempre.

Una vez mas no se si lo viví o lo soñé. Mi compañera se movió como si le molestara el televisor prendido y decidí apagarlo. Me levanté, me vestí y me fui al comedor para seguir viendo la entrevista. Me tranquilizó no ver en la mesa los libros que en la primera pesadilla había traído al comedor. Me preparé unos mates y me dispuse a disfrutar y a la vez aprender de un diálogo henchido de sabiduría. Basta de pesadillas tengo que terminar esta noche en paz. Ya eran las tres y media de la mañana.

Continuará

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