Vida y Obra de Homero Virgilio Medina. Segunda Parte

Ciudad de RosarioEn la primera parte de  la biografía de Homero Virgilio Medina hablé de lo difícil que fue la vida, para nuestra familia y para la sociedad  en general, allá por los años treinta. Dije también que, mas allá de que la gran ilusión de Homero fuera la de estudiar Medicina, las difíciles circunstancias económicas no dejaban espacio para esos lindos sueños de vigilia, por lo que solo quedaba una alternativa: la dedicación al trabajo para la mera subsistencia.

En la segunda mitad de la década del treinta, un joven Homero de cerca de veinte años, trabajaba incansablemente con sus hermanos Darío (Chacho) y Luis (Pilulo) como pintor de obra. Luego de unos dos años de dedicarse a esa labor, en la ciudad de Bs As y zonas aledañas, Homero viaja a Rosario donde se le presenta una interesante oportunidad: la de ingresar a un importante taller de arte decorativo. Encuentra allí un ambiente muy estimulante desde lo laboral y lo social. La Argentina comenzaba a recuperarse de la gran depresión económica y la industriosa ciudad de Rosario se convertía en el segundo núcleo urbano más importante del país. Allí Homero trabajó con denuedo, mostró gran disposición hacia el aprendizaje, cosechó nuevas amistades y participó de diferentes aspectos de la vida social de Rosario. Entre ellos el de contagiarse del sentimiento del hincha de futbol, deporte en el que comenzaban a tallar fuerte, incluso a nivel nacional, Rosario Central y Newells Old Boys de Rosario. La emoción casi inigualable con la que se vivía, y aún hoy se vive el futbol en esa ciudad, hacía que los domingos esta quedara virtualmente paralizada en el horario de los partidos. Este ambiente de pasión futbolera contagió al joven Homero Medina que dado a elegir entre canallas y leprosos se quedó, como hincha, con los del Parque Independencia.

El mencionado taller de arte, al que había ingresado allá por 1.936,  fue una de las más ricas experiencias que le tocaron vivir en el plano de lo laboral y allí aprendió a pintar, con los más diversos motivos, platos, jarrones, veladores, espejos y todo tipo de objetos decorativos de vidrio o de cerámica. Homero siempre hablaba de unas decoraciones con las imágenes de Micky Mouse y Minnie, realizados algunos años mas tarde, que cosechaban los mejores elogios y que eran el producto de sus excelentes aprendizajes de Dibujo en el Colegio Internacional De Olivos y de las técnicas aprendidas en este taller rosarino. Esto lo marcaría a fuego y modelaría ese particular espíritu de artesano que, siempre que fuera posible, trataría de darle un vuelo artístico a sus actividades relacionadas con el oficio de letrista (ver por ejemplo el cartel de Casa Grecco en el artículo de este blog titulado «Viejo del alma» correspondiente a  las categorías de Espacio Literario y Recuerdos y Semblanzas)

Escudo de Newell´s Old BoysPero hubo otra experiencia que fue determinante en su formación como artesano letrógrafo. Fue también en la ciudad de Rosario donde llamaron su atención ciertos talleres en los que se preparaban carteles publicitarios y en los que trabajaban, o lo habían hecho con anterioridad, algunos conocidos suyos. Le causaron mucha curiosidad esos talleres tanto por los trabajos que en ellos se realizaban (en un proceso que iba desde el armado de los carteles  hasta la inscripción de determinadas leyendas, con muchos pasos intermedios) como por el gran movimiento que en ellos observaba. Era ese fenómeno del auge publicitario un correlato comercial de la consolidación del proceso de industrialización por sustitución de importaciones que vivían las principales ciudades fabriles del país hacia fines de la década del treinta. Rosario ocupaba en ese sentido un lugar de privilegio. La vida seguía siendo muy difícil, por la postergación de los llamados derechos de tercera generación (derechos sociales) y los magros salarios, pero las oportunidades de trabajo se habían ampliado. En 1.938 entró a trabajar en uno de esos talleres donde finalmente adquirió todos los conocimientos básicos de su oficio de letrista. Siempre contaba una curiosa anécdota con relación al primero de los talleres de carteles publicitarios en los que trabajó. El dueño, nunca sabremos por qué motivo, le dijo que ese oficio no era para él, que le convenía dedicarse a otra cosa. A la distancia y tomando en consideración la trayectoria posterior de Homero, en su oficio de letrista, podemos sospechar que se puede haber tratado de una suerte de celo profesional o de un modo de evitar que su discípulo tomara vuelo propio y le hiciera la competencia. Lo cierto es que poco después se fue a otro taller de características similares donde se sintió mucho mas valorado por su nuevo patrón y donde pudo mostrar todas su cualidades para este trabajo.

En 1.939 comenzó a trabajar por cuenta propia en su oficio de letrista y el destino elegido fue la ciudad de Paraná, en la cual según sus averiguaciones, iba a poder trabajar con menos competencia. Comenzaría allí una nueva etapa de su vida, en la que llegaría la mujer con la que al cabo formaría su familia.

Autor: Homero Francisco Medina.

P.D: Agradezco la colaboración inestimable de mi padre, Virgilo Cesar Medina, sin cuya participación, me hubiera resultado imposible la reconstrucción de la vida de mi abuelo.

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